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El precio de la pasión |
Si hay algo que impulsa a la industria del videojuego es la pasión. Pasión por lo que hacemos, por lo que soñamos con hacer. Es una energía hermosa, creativa, casi inagotable. Pero, ¿qué ocurre cuando esa pasión se malgasta? ¿Qué pasa cuando se la lleva al límite?
Lamentablemente, todos conocemos el término crunch. Pero pocos lo sufrimos en carne viva. Exigencias que llevan al cuerpo y a la mente al borde, jornadas eternas donde quemamos esa pasión como si fuera combustible. Y lo hacemos con gusto, porque queremos ver ese juego terminado, porque estamos enamorados del proyecto, porque nos llena de orgullo. Pero, ¿Qué pasa cuando se termina toda la nafta? ¿Qué pasa cuando te obligan a quemarla toda?
Es una práctica común. Demasiado común. Muchos estudios —y lo digo con conocimiento de causa— se aprovechan de la pasión. Mientras los apasionados jugamos a ser Ícaro, volando hacia el sol ardiente de nuestras propias emociones, hay quienes se benefician de eso. Desde estudios pequeños hasta gigantes de renombre: la explotación de la pasión es moneda corriente.
“Tenemos deadline para el lunes. Terminemos el finde.”
Y ahí vamos, quemando la energía que nos queda. Y después, los números no convencen a los inversores. Y alguien tiene que pagar. Y los eslabones "más débiles" —los mismos que dejaron su alma en el desarrollo— son cortados. Echan a los apasionados.
Lo digo con dolor. Como exdirector de un estudio, estuve en esa situación de mierda. Tuve que dejar sin trabajo a gente talentosa, llena de amor por los videojuegos. No es fácil. No es justo. Ver cómo esa pasión se transforma en duda, cómo una persona se pregunta:
“¿Por qué me echaron si dejé todo en este juego?”
No tengo respuestas que consuelen. Sé lo que duele. Esta industria es exigente hasta el absurdo. Mantener a flote un estudio implica tomar decisiones difíciles. Algunas me quemaron el alma.
Y mientras tanto, allá arriba, los monstruos de las grandes AAA —marcadas como el número de la bestia— se alimentan de la pasión como parásitos del alma. Miles de desarrolladores quedaron sin trabajo porque una planilla de Excel dijo que no se alcanzaron las proyecciones. Proyecciones irreales, infladas por inversores que querían triplicar o cuadruplicar sus ganancias. Cifras fantasmas nacidas de la burbuja de la pandemia, y que reventaron por la ineptitud de quienes toman las decisiones.
Así, la pasión se fue gastando. De a poco. Explotada. Canibalizada. Vi a muchos quedar a mitad de camino, sin poder publicar su juego. Otros, con juegos lanzados, sin poder vivir de ellos. Tantas voces apagadas por una industria que fagocita sueños.
Pero no todo son sombras.
El fuego de la pasión no se extingue tan fácilmente. Siempre quedan ascuas. Siempre hay brasas ardiendo en algún rincón. Tengo fe en el futuro. En los fénix que, desde las cenizas, se alzan brillantes, mostrando juegos llenos de amor. Juegos que no fueron corrompidos por la avaricia.
Clair Obscur, Eriksholm, Balatro, Vampire Survivors. Fenómenos que desafían el canibalismo empresarial. Señales de que es posible. Y tengo la esperanza de que los fénix que hoy están en la calle, sin trabajo, terminen por rescatar esta industria. La misma que depredó la pasión... y la dejó al borde de la extinción.
